SerieRealismo Sacro

…que nada hay que sea inmoral o sucio y que aquello del pecado es sólo un cuento.

Angel Boliver

En 1960 Boliver crea nuevas claves,. Es una década en la que rompe con las normas clásicas, que conoce bien, por la voluntad de poseer una visión que se manifieste con determinados elementos, con estructuras complejas y diferentes que revelen la profesión de fe cristiana, desde un agregado novedoso al tratamiento del tema en cuestión.

Despliega una conciencia redefinida pero contundente en el tema, y una nueva contemplación de los hechos, ésos que han permanecido inamoviblemente consolidados. Trabaja con dogmas reconstituidos para las nuevas percepciones y los nuevos análisis. Cambia los modelos expresivos de religiosidad y espiritualidad. Se podría agregar que la pintura religiosa de Boliver retoma como temas centrales escenas de algunos eventos de la historia cristiana, a las cuales les confiere un innovador giro argumental.

El objetivo de Boliver comienza en la búsqueda de la originalidad, lo sorprendente, y acaba en el gusto dramático y teatral; para ello recurre nuevamente al dibujo realista, donde el color y la luz actúan como medios para subrayar el volumen o el relieve y utiliza un alto grado de experimentación del espacio a partir de las leyes de la perspectiva lineal. Mediante la disposición de los diferentes puntos de vista muestra lo pequeño y lo monumental. Se decide por luces insólitas para acentuar los efectos plásticos, dramáticos o violentos. El recurso de la anamorfosis que nos hace parte de la pintura de manera imprecisa, mantiene al atento observador envuelto en una sensación de proximidad y de vibración dinámica.

Del análisis de la obra de Boliver El apóstol del llanto, que el propio autor señala como representación de Judas Iscariote, surge este núcleo. Al personaje lo vemos en un inmenso primer plano, con túnica en movimiento en colores anaranjados y azules intensos, mezclados con tonos rojos y rosados de intensidad emocional. Atrás, casi perdida en los azules plata, la Crucifixión sobre el Gólgota.

Frente a esta pieza, Roberto Serrano comienza a discurrir que se trata de una obra sacra, donde Judas es pintado como un hombre atormentado y enceguecido no de forma simbólica, sino textual, al mostrarlo cubierto por un tela,  la cual lee como representación de errores o pecados; “el personaje ha dejado allá, a lo lejos, el sacrificio del Hijo de Dios, y este alejamiento no sólo es físico sino álmico.”

Es una visión enmarcada por la anagnórisis, como el caso de Judas, donde el apóstol ya no se contempla como un discípulo traidor, sino como el amoroso coautor de Jesús, en una lectura donde Judas es visto como un hombre que, en un acto de suprema obediencia a él, entrega a su maestro y contribuye a concretar dolorosamente la crucifixión, en aras de lograr la redención de la humanidad. El apóstol del llanto desvanece la culpa y se convierte en el hombre que muestra su y la terrible vivencia de la humanidad, ya no en la propagación del mensaje evangelizador a través de la palabra, sino como el enviado vivo que derrama el llanto por toda la humanidad.

Esta sección de arte sacro reúne una producción que tiene como fin el culto a lo divino desde lo más humano, como  la pena de María ante la muerte de Jesús, a quien encontramos triste, introspectiva e infinitamente sola, en fríos y enfermos azules y amarillos, bajo la preponderancia del dibujo naturalista, con una luz propia que surge desde una fuente no visible. María inspira emoción y reflexión.