Serie Caósmosis

Caósmosis es un ambiente manifiesto creado por Angel Boliver, desde su mundo pictórico y literario, para poblar su soledad.

El fundamento de Caósmosis es el Delirium iluminae que constituye un atisbo a los principios éticos y filosóficos de Boliver ante la existencia y el quehacer profundo del hombre. A través de su plástica y su poesía, el artista ensoñador que camina sobre la cuerda floja de la vida profiere un rotundo “no” ante la insensatez oscura y un “sí” vivaz y alegre ante el Delirium iluminae, la locura luminosa, la alucinación iluminadora y el delirio que está inmerso en la razón.

Este concepto es una ocupación estilística en la que a través del color y la palabra, los objetos, los personajes y las situaciones irreales o extraños se recrean como algo cotidiano y común. Es una declaración de verosimilitud interna que establece un puente con el espectador, quien se maravilla con la alquimia resultante.

Así, Caósmosis es un conjunto de componentes físicos, químicos, biológicos, sociales y culturales con los que interactúan los personajes, un ambiente al que el pintor nunca le asignó un nombre específico. Un factor crucial dentro de este concepto es el tiempo, pues tiene lugar un intercambio constante entre el cronológico y el estático, ambos fluyendo con sus propias reglas de tiempo dislocado.

Los elementos mágico-fantásticos forman parte perenne de la obra de Boliver y se instalan con naturalidad en la escena cotidiana, aunque para ellos no exista una explicación evidente. Esta realidad en franca oposición a la lógica no suscita en el espectador una solicitud de comprobación, sino más bien el minucioso análisis que termina por convertirse en descubrimiento y asombro.

El artista tiene un buen encuentro con este mundo en la bahía más larga de Zihuatanejo, un pequeño y tranquilo puerto pesquero de tradición antigua, enclavado en la Costa Grande de Guerrero. De manera particular en las playas de La Ropa, bautizada con ese nombre porque se cuenta que un galeón comercial español que regresaba de Oriente naufragó frente a la bahía y la ropa y las sedas finas que transportaba flotaron hasta la playa; Las Gatas, donde la arena es suave, el oleaje tranquilo y el mar poco profundo; y el faro Punta Garrobos, El Alcázar del Ángel. Desde ahí crea este ambiente imaginario que no es solamente un espacio físico determinado, sino también un estado de ánimo.

Boliver erige los cimientos y las bases, colma el espacio de personajes, de una reflexión continua y del encanto por la vida; de azules y de magentas, de campanas y de espinas de peces con los nervios a la intemperie. Él porta el revelador sombrero de los sueños y en su silencio descubre el misterio. Conquista para entregarnos como manzanas, langostas o serpientes la resurrección de la esperanza. Es un barítono en mitad del mar por la tarde, con su cítara que toca al viento, consciente de los eclipses.

La síntesis de Boliver toma forma después de la develación de sus símbolos, entre ellos espinas, péndulos, cosmos verdes o violetas, listones, grandes tocados, crisantemos, esporas, balanzas, mudras, anzuelos, ojos vacíos, peces voraces. El conjunto es un mecanismo de partes yuxtapuestas. Las visiones, los sueños, los deseos y las realizaciones, incluyendo la muerte, son una manera de ver la energía en movimiento.

El pintor y sus insignias transitan por espacios conocidos de una geografía que los habita y de un tiempo al cual pertenecen, y desde ahí sus personajes ‒ángeles, arlequines, faunos, madonas y caballeros‒ son sueños que caminan, que actúan dejando una historia que se conjunta de manera social e íntima. Caósmosis es un acontecimiento, una vasija de deseos cristalizados.

Angel, personaje y artista, nos permite ver en sus cuadros una serie de postales enviadas desde su propio mundo; y mediante sus narraciones poéticas recibimos cartas y telegramas que nos describen y revelan ese territorio prodigioso. Boliver hace malabares con las ágatas del tiempo, lanza al éter hermosas y coloridas esferas de cristal que nos hablan de un presente amplio, de un pasado vívido y luminoso, y de un futuro próximo y relativo que nos deja la piel fosforescente.

Somos espectadores con el pasaporte y el pasaje en la mano, transitando ante el color de su paleta y su figura retórica, próximos a subir al tren que se acerca para encontrarnos con lo sublime de ese mundo.