SerieObra Mexicanista
Estamos en el tiempo preciso para dignificar la tipología del mexicano. El rostro, la figura y la condición del mexicano se han degradado, han sido utilizados para fines políticos.
Se ha presentado la imagen casi de una sola clase social en el país: la de barriada, la del suburbio y la menesterosa del campo. De igual forma, la clase trabajadora ha sido representada en el arte con una condición sufrida, atropellada y escuálida.En suma, una imagen hambrienta y poco agraciada. Esto cumplía una función y quizá fue atinado en el momento en que se buscaba enardecer a extensos grupos populares.
Los grandes pintores, escultores, novelistas y cineastas lo hicieron, y ahí quedó, incluso con gran talento, pero como si el estado de las situaciones políticas y sociales fuera el mismo, no se ha iniciado la segunda etapa, en la que las clases sociales ya no son más unos débiles y grotescos conjuntos humanos explotados y abandonados.
Recuperar la dignidad de la tipología del mexicano es presentar los bienes y los frutos de la segunda etapa, mostrar la fuerza de las clases obreras, campesinas y populares ‒antes inexistente‒, y su rostro ‒antes invisible‒: su imagen verdadera dentro de una estética dignificada.
En el arte precolombino y precortesiano esto era evidente, la dignidad y la belleza de actitudes y rostros. En la época colonial, la representación de la imagen popular vino a menos: indios, criollos y mestizos se plasmaban como temas de curiosidad popular. En el periodo de la Independencia y la Reforma, los caudillos y los intelectuales se adhirieron a la directriz de una belleza europeizante. De la década de los años veinte a la de los años cuarenta, los intelectuales de la etapa de consolidación de la Revolución llevaron al cine, a los murales, a la cultura, a la literatura, a la danza y al teatro la imagen de las clases populares en conflicto, en protesta. Por lo menos, las clases populares se sintieron representadas. Después de esto, con ligeras o contadas excepciones, el vacío.
La intelectualización de las corrientes artísticas internacionalistas o internacionales, metidas como cuña, sin equilibrio, sin guardar las distancias correspondientes, coadyuvaron al vacío de más de iveinte años. Y no es que no se haya hecho; se hacía y se sigue haciendo, pero en forma pálida y menor a la magnitud, a la importancia de la dignificación de las clases populares, que son quienes hicieron, callada pero activamente, la Independencia, la Reforma y la primera etapa de la Revolución, y que además ya no son las mismas, pues han adquirido fuerza, dignidad y una nueva imagen.
Cuando hablamos de la dignificación de la imagen del rostro del mexicano no nos referimos de manera exclusiva a lo indígena o a lo mestizo, es evidente que nos referimos a la belleza estética del mexicano actual.