SerieHomenaje a Picasso

Eros y libertad.

Mi respeto a Picasso por encontrar en él la decantación plástica que le llevó una vida, desde esa repetición compleja e interminable hasta llegar a la diferencia sin precedentes.

¿En qué consiste el homenaje a Picasso?
En la muestra de la alegría, constituida por arlequines, que fueron apareciendo en mi taller, sobre el caballete, detrás de los muebles, en el jardín, y algunas veces junto al mar. Hoy somos una asamblea jubilar en homenaje al maestro circense.

¿Por qué circense?
¡Ha! Porque el gran Pablo era una consecuencia de acróbatas y trapecistas, y nunca dejó de ser un encantador arlequín de la cuerda floja, con aparatosas caídas perfectamente estudiadas que le daban un toque de drama, para después recuperarse sorprendentemente, hacer el salto triple y agradecer la ovación. Supo a tiempo, muy temprano, que la audacia en el arte es un privilegio de unos cuantos, y que sólo es posible como resultado de conocimientos profundos, angulares, y de una práctica constante y cuidadosa.

Picasso encarnaba lo fáunico, lo erótico, lo arlequinesco para ser el encanto de lo libremente humorístico y delicadamente humano, y el desnudo para la consumación de la belleza y del amor.

Picasso ¿un fauno?
Sí, le es más propio, aunque ama al arlequín no olvida la realidad, su realidad. Siendo un fauno le está más cerca ser un poco bajito, calvo y poderoso, ser minotauro.

Pero ¿los homenajes no son acaso un reconocimiento formal a la memoria y a la obra de un hombre?
Sí, algunos homenajes son así… sólo los poetas pueden cantar a los poetas, y los homenajeados, donde estén, sentirán un rumor cálido de ternura.

Y en lo personal, ¿por qué este homenaje a un solo pintor y especialmente a Picasso? Bueno, son varias razones. Picasso estremeció al mundo con su obra; por otra parte, fue un luchador que nunca conoció la derrota, dicho de otro modo, nunca perdió su natural sencillez humana ni la alegría. Pero especialmente, aparte de su gran talla de artista y su poderoso vigor creativo, Picasso me enseñó el juego, tan en serio, de la libertad, la libertad en el arte, que es como el juego asombroso y preciso de los magos, que sacan palomas y sedas de colores del sombrero y todos aplauden deslumbrados, pero que ante el más mínimo error de base se viene abajo todo el espectáculo.

Así, firmemente parado ante la tela Picasso sacaba de la diestra los Guernicas, los arlequines, las damas de Aviñón y el canto a la vida. Y el público aplaudía frenéticamente. Cuando se retiraba del escenario, ya estando solo, se guiñaba un ojo a sí mismo. Nada de azar, bases firmes y práctica profunda para poder ‒y él podía‒ realizar ese juego muy serio de la libertad.

 

¿Libertad en la forma o en el tema?
En las dos cosas, pero las dos sobre pilotes y terreno firme. De ejecución y de conocimiento. Sus giros de audacia estaban calculados, como las aparentes caídas, que se detenían a tiempo de los voladores del trapecio, allá en las alturas de la carpa, entre gajos azules y naranjas, que sin embargo no están exentas de una caída mortal. Libre y alegre, o alegre por ello mismo.